Los gatos domésticos, sea cual sea su raza, son todos miembros de una misma especie, Felis catus, que mantiene una relación con los humanos desde hace mucho tiempo. Los antiguos egipcios habrían sido los primeros en domesticar gatos, hace ya 4.000 años. Probablemente, los gatos salvajes se vieron atraídos a las comunidades humanas por la abundancia de roedores que había en ellas, y su habilidad para cazarlos les hizo ganarse la simpatía de sus habitantes. Los primeros egipcios adoraban a una diosa con figura de gato e incluso momificaban a sus mascotas preferidas para que les acompañaran en su viaje al otro mundo...¡acompañados de ratones también momificados! Posteriormente, civilizaciones de todo el mundo adoptaron a los gatos como animales de compañía.
Al igual que sus parientes salvajes, los gatos domésticos son cazadores natos, capaces de acechar a sus presas y abalanzarse sobre ellas con sus garras y dientes. Son particularmente eficaces de noche, cuando sus ojos reflectantes les dotan de una visión mucho más nítida que la de sus víctimas. También poseen un oído muy agudo. Al igual que todos los felinos, son ágiles y rápidos y sus largas colas les ayudan a tener un extraordinario sentido del equilibrio.
Los gatos se comunican marcando árboles, postes o muebles con sus zarpas o con su orín. Dejar su rastro es el modo que tienen de informar a otros del alcance de su territorio. Su repertorio vocal va desde el ronroneo hasta el chillido.
La dieta de los gatos domésticos se ha mantenido predominantemente carnívora a lo largo de la evolución, por ello han desarrollado un estómago simple, apropiado para digerir carne cruda. También han mantenido una lengua áspera que les ayuda a aprovechar hasta el último trozo de carne de los huesos de los animales (y también a acicalarse ellos mismos). Sus dietas, no obstante, han variado con las golosinas que les ofrecen los hombres, aunque pueden completarla con sus propios trofeos de caza.